Buscar entradas en SEVENEY

10/7/12



"LA MADRE DE TODAS LAS OSTIAS"
1ª parte


De camino a Chamonix nadie tenía en mente como iban a transcurrir los acontecimientos. Charli y el que suscribe, planeábamos ascensiones varias desde el llano del Midi, montando tiendas allí y pasando tres o cuatro días que teníamos disponibles. Nuestro colega Cisco viajaba con nosotros, avezado senderista en su primera visita a los Alpes.
Subimos con el teleférico al Auguille du Midi y descendemos por la arista hacia el llano, hay varias tiendas por la zona, buscamos un área despejada y comenzamos la istalación del chiringuito.

De reojo miramos el triángulo del Tacul, también el relog: - "las tiendas pueden esperar, ¿nos hacemos la Contamíne-Negri, del tirón?"
(IV 2. 350 m, ice till 70°, hasta 4.248m, nº204), -"ni mil palabras más".

Apreciábamos toda la ruta hasta la cima del Mont Blanc du Tacul, incluido el descenso y la arista cimera me encandiló. Emocionados, nos equipamos para la actividad, calculando estar de vuelta antes del atardecer, un par de litros de agua, barritas energéticas, frutos secos y toda la artillería. Son las 9 de la mañana y mientras que Cisco, alucinado por el entorno, decide hacerse cargo del montaje del campamento y de derretir nieve, mi hermano y yo nos dirigimos piolet en mano, hacia nuestro destino.




"LA MADRE DE TODAS LAS OSTIAS"
2ª parte

Unos meses antes disfrutamos del fantástico hielo de Quebec, viaje organizado por la FEDME, donde aprendimos muy buenas técnicas de escalada en hielo de la mano de Javier Mora y Francis, entre otros compañeros de cordada, también vimos como se puede quedar un tobillo después de un pequeño "pire", en "La Dame Blanche", cascada preciosa en Les Chutes de Montmorency, al amigo Jean-Marc de Andorra.

Los pros y contras de esta modalidad deportiva no nos eran ajenas y ahora estábamos en uno de esos momentos intensos como pocos, en los que pones en práctica todos tus conocimientos para completar una ascensión como ésa.
La decisión fué no encordarnos para ganar velocidad, hasta que lo viéramos necesario, tal vez en la zona de máxima pendiente, para aprovechar así el buen estado de la nieve, que debido al sol amenazaba con empeorar llegado el medio día. Una nieve blanda en una pendiente de más de 70º allí, puede ser un marrón, así que subimos cada uno con su cuerda anudada a la espalda y a buen ritmo.






Pronto adelantamos a una cordada de rusos que avanzaban en ensamble, los únicos en nuestra ruta, sin presagiar la inestimable ayuda que nos iban a prestar en ese día.






"LA MADRE DE TODAS LAS OSTIAS"
3ª parte
El desenlace
El estado anímico reinante era similar a la euforia, un auténtico subidón de adrenalina al comprobar que habíamos ascendido casi la totalidad del corredor deteniéndonos solo para secarnos el sudor de la frente y seguíamos enteros. 
Ni fotos, ni comentarios, cada uno para sí mismo pensaba: "¡que pasada, que disfrute, qué vistas ...!", disfrutaba como un niño en un parque de atracciones, embriagado de emociones y sin darnos cuenta, alejándonos de la realidad: estábamos a más de trescientos metros de la base, las condiciones de la nieve empeorában en el tramo superior y seguíamos sin encordarnos.
El corredor "Contamine-Negri" bautizado así por sus aperturistas, finalizaba ante nuestros ojos. Bastaba flanquear en travesía hacia la izquierda unos desplomes, para salir a la arista que nos iba a guiar hasta la cumbre del Mont Blanc du Tacul de 4.248 m. El último tramo había presentado un resalte rocoso justo antes de la pala final de unos 25 m. Charlie iba por delante al comienzo de la travesía y yo le observaba detenido sobre la pendiente de unos 65º con los dos piolets undidos en la nieve que ya no era tan plástica como al empezar.


Y de repente ocurrió, sin más. La nieve que me sostenía perdió consistencia y la gravedad hizo el resto. Me sentí succionado hacia abajo haciendo saltar los piolets quedándo sueltos, solo unidos a mí por las dragoneras y arrastrando todas las puntas de los crampones sobre la pendiente. Instintívamente recordé el resalte rocoso de unos metros más abajo y giré para situarme mientras intentaba recojer el mango de mis piolets, pero ya era demasiado tarde.
En una caida de estas características son los primeros metros los efectivos para frenar, cuando la velocidad aun es baja. Esos primeros metros tan valiosos desaparecieron en un par de segundos y salté por una "escupidera", que como un trampolín me alejó de la pared.
Recuperados los mangos de mis piolets y como si una secuencia a cámara lenta se tratara, miraba hacia abajo esperando el encuentro de nuevo con la pendiente que se aproximaba a velocidad terminal. El encuentro si que estuvo cerca de ser terminal, pero para mí.
Tras decenas de metros en caida libre intentar frenar en seco es algo así com saltar de un octavo piso e intentar coger la barandilla de algún balcón. El piolet izquierdo clavó de forma efectiva su punta, pero no contrarestó la aceleración de la gravedad, dislocándome el hombro y el codo. El otro rebotó como mi cabeza que protegida por el casco y por la cuerda que llevaba anudada a la espalda no partió el cuello, solo las gafas y los dientes. Las puntas de los crampones también clavaron con similar resultado, esguinces en ambos tobillos. Ahora iba cabeza abajo de espaldas a la pendiente y la opción de detenerme antes de llegar abajo quedaba desestimada.
Tras semejante "caricia", el cuerpo reaccionó plegándose sobre sí mismo subiéndo las rodillas al pecho convirtiéndome en una bola humana. No sé si lo pensé o no, pero en esa posición los siguientes encuentros con resaltes no me provocaron ninguna lesión más, tal vez por encontrarme a gran velocidad y girando como una peonza, tal vez por que no era mi hora aún.
Segundos más tardes la aceleración disminuyó y la fricción con la nieve frenaban mi descenso al disminuir la pendiente. Seguía abrazado a mis piernas cuando decidí soltarme y frenar con manos y pies. Me detuve al fín a más de trescientos metros de donde había empezado mi vuelo.
" How are you? !!!", escuchaba a lo lejos mientras recuperaba el equilibrio. Eran los rusos que me acababan de ver pasar, supongo que muy, muy cerca. Tras escupir partes de mis dientes me pude poner en pié y así hacerles ver que estaba bien. Ni ellos ni yo dábamos crédito a lo que acababa de pasar, pero ahora había alguien con serios problemas: Charlie. Había visto caer a su hermano y no tenía visibilidad hasta donde me encontraba ahora, así que comencé a alejarme de la pared tras quitarme los crampones que colgaban de mis botas, con el fin de conseguir el contacto visual, mientas gritaba su nombre, hasta que por fín nos vimos .
La cordada que sobrevolé, valoró con acierto su decisión de seguir subiendo para ayudar en el descenso a mi hermano. Uniéndo sus cuerdas bajarían en la mitad de tiempo alargándo los rápeles y así lo hicieron. Charlie ya había montado un primer rápel sobre un ancla de nieve para descender hasta el resalto e intentar ver hacia abajo. Los fantasmas que tuvieron que acosarle hasta que me vió, no los quiero ni imaginar.
Minutos más tarde noté que mi cuerpo empezaba a entrar en shock, por lo que me obligué a caminar entre temblores y con dificultad para respirar, pues seguía estando a varias horas de cualquier punto de evacuación. Afortunadamente era agosto y los equipos de rescate hacen patrullas por esa zona frecuentada por alpinistas y a lo lejos lo vi. Era un precioso helicóptero rojo que tras comprobar que mi compañero no precisaba de ayuda para el descenso, me llevaría al hospital de Chamonix donde permanecí ingresado cuatro días.